Durante décadas, ir a la universidad fue sinónimo de progreso. Tener un título era la llave maestra para acceder a un buen empleo, un salario digno y un estatus social respetado. Padres e hijos invertían años y miles de dólares con la promesa implícita de un futuro mejor. Pero algo ha cambiado. O, mejor dicho, muchas cosas han cambiado.

Hoy, miles de jóvenes egresan con deudas, sin empleo y con un título que el mercado ya no considera diferencial. Las empresas priorizan habilidades prácticas, experiencia laboral o capacidades blandas como la adaptabilidad, el pensamiento crítico y la inteligencia emocional. En carreras como derecho, psicología o comunicaciones, la sobreoferta de egresados y la falta de plazas formales ha convertido al subempleo en la norma.

Antes, tener un título universitario te diferenciaba. Hoy, es apenas el punto de partida. Una maestría, un MBA o un curso de especialización ya no son un lujo, sino un requisito. El resultado es una inflación de credenciales que agota el tiempo y el bolsillo de los estudiantes, sin garantizarles mayor estabilidad ni retorno.

Mientras las empresas se automatizan, se digitalizan y reestructuran en torno a proyectos más que a cargos, muchas universidades siguen formando con esquemas del siglo XX. Carreras largas, teóricas, desconectadas de la realidad profesional y sin entrenamiento para aprender por cuenta propia en entornos cambiantes.

Los caminos alternativos ya existen, pero son invisibles. Certificaciones técnicas, bootcamps, programas de microcredenciales, formación autodidacta, aprendizaje híbrido, experiencia laboral temprana: son muchas las rutas que hoy pueden llevar a un joven al éxito profesional. Pero aún pesan los prejuicios sociales: “Si no fue a la universidad, fracasó”. Mientras tanto, grandes compañías como Google, IBM, Amazon o Meta ya no exigen título universitario para contratar.

Es momento de replantear el contrato social en torno a la educación postsecundaria. Más que garantizar un título, la sociedad debe garantizar oportunidades de aprendizaje continuo, formación flexible, y acceso equitativo a experiencias laborales de calidad. El éxito no debería medirse por el diploma colgado en la pared, sino por la capacidad de aportar valor, adaptarse, reinventarse y vivir con sentido.

Quizá la pregunta no es si la universidad debe morir, sino si debe renacer. Y si, en vez de seguir empujando a los jóvenes por un solo camino, les damos la libertad y el respaldo para elegir el suyo. Porque en el fondo, lo que debe cambiar es toda la experiencia educativa, desde la escuela hasta la universidad. La escuela debe dejar de preparar a los estudiantes solo para aprobar exámenes y empezar a formar ciudadanos autónomos, creativos, capaces de resolver problemas reales y aprender de forma continua. Y la universidad debe verse a sí misma no como un templo único de conocimiento, sino como un centro de formación multirutas: con trayectos cortos o largos, técnicos o académicos, orientados a la empleabilidad o a la investigación, pero todos conectados con las habilidades y saberes que el mundo real exige.

Solo así podremos dejar de lado el mito del «camino único al éxito» y construir una educación que abrace la diversidad de talentos, ritmos y destinos.

https://www.facebook.com/leon.trahtemberg/posts/pfbid032qQbDhYg7LwWBwUjSUF9TPrAR4F9aJnmPVpHAxH96fFUiyeZZSUHUARD4AfiRreRl

https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=pfbid0GLZAFUYrKAnCVYy5GbLR6Fbp4XGNhr7TV8BLN74a7Nv4nnSWbz7BwgC8y2ijthm8l&id=100064106678628

https://www.linkedin.com/posts/leontrahtemberg_la-universidad-ya-no-es-el-camino-seguro-activity-7343231609640263680-eMyh?utm_source=share&utm_medium=member_desktop&rcm=ACoAAAkvmwYBZH8TpEV1ZrZDmJuyzP8tJitqvQs

https://x.com/LeonTrahtemberg/status/1937466116231561533