Para mi columna semanal para Radio Jai de Argentina hicimos el siguiente ejercicio: imaginemos una sesión del gabinete argentino a la que Javier Milei invita a un experto argentino en educación para que en 15 minutos le diga a los presentes porqué anda mal la educación argentina. Le pone como condición que lo haga siguiendo el estilo discursivo del propio presidente, que se caracteriza por su tono confrontativo, disruptivo y antisistema, con un lenguaje directo y agresivo, sin filtros.

Lo que diría este especialista para empezar, sería ¡No sean idiotas! ¡Dejen de insistir en fórmulas que ya han demostrado ser un fracaso rotundo! Todos los indicadores están en rojo: un currículo que es un vejestorio burocrático; metodologías educativas que están muertas y no emocionan a nadie; alumnos que, en lugar de ser motores de creatividad, son zombies desmotivados que salen de las escuelas sin saber para qué sirven. Docentes hartos sin opción a iniciativas innovadoras. ¡Y ustedes, decisores gubernamentales, siguen como corderitos a esos genios ministeriales de laboratorio! ¡Son los reyes de la estupidez organizada! ¡Dejen de mirar las políticas. Miren lo que pasa en las aulas!

¡DEJEN DE ASFIXIAR LAS ESCUELAS CON SU REGLAMENTACIÓN RIDÍCULA! El reglamentarismo es una plaga cancerígena que solo sirve para engordar a la casta burocrática. Permitan que las escuelas respiren, que los maestros vuelvan a ser maestros y no burócratas esclavizados. Den autonomía a las instituciones educativas. ¿Qué es esto de que un burócrata sentado en una oficina decide qué es mejor para un estudiante en un aula de Córdoba, Mendoza o Salta? ¡Ridículo!

¡PAREN CON LA SUMISIÓN A PISA! Este modelo de métricas que obsesiona a los economistas y organismos internacionales importado por los tecnócratas es un insulto al sentido moderno pedagógico y al concepto de educación integral. PISA no mide el verdadero aprendizaje, mide cómo convertir a los estudiantes en engranajes obedientes para un sistema económico que ni siquiera los necesita. No predice nada, solo esclaviza a los ministerios a las fórmulas foráneas generando complejos de inferioridad a los países de América Latina. Argentina no necesita más rankings; necesita educación que empodere a los estudiantes a ser libres, creativos e innovadores.

¡ELIMINEN LAS EVALUACIONES COMPARATIVAS! ¿De qué sirve comparar a un estudiante con otro? Lo único que logran es generar frustración y resentimiento. Concéntrense en el progreso individual, en el desarrollo único de cada estudiante. Que cada uno compita contra su versión de ayer, no contra su compañero de al lado. Si las universidades necesitan conocer a los postulantes, que busquen sus fórmulas. No tiene sentido convertir a las secundarias en sus “services” de evaluación y rankeo de los estudiantes que deseen ser postulantes.

Y a los que tienen miedo de dar el salto asuminedo los riesgos del cambio: ¡Déjense de mediocridades! ¡La educación no se salva con parásitos ni cobardes! Necesitamos un cambio radical ya. Se puede relanzar la educación argentina en un año escolar. Basta darle vuelta a lo que universalmente se reconoce como lo que no funciona y usar la inteligencia de quienes ya han acumulado experiencias exitosas en educación para crear una matriz de condiciones que sin depender exclusivamente del financiamiento produzcan el salto adelante en educación. Entre las principales estrategias, reducir la reglamentación educativa al 25% de la actual con artículos muy genéricos, acompañar cada sanción con un incentivo, darle autonomía a las escuelas para que resuelvan a criterio sus quehaceres educativos, reducir el currículo obligatorio a no más del 50% del tiempo de clases para que los alumnos escojan las áreas de su preferencia, eliminar la evaluación comparativa para concentrarla en los avances de cada estudiante y desvincular el quehacer educativo de las intervenciones judiciales reservadas solamente para situaciones extremas. Después de todo, cuando se habla de educación personalizada asistida por inteligencia artificial para adecuarse a cada estudiante, ¿no se está diciendo acaso que los estándares, estrategias y exigencias únicas y uniformes para todos corresponden a la edad de piedra?

En un año escolar, Argentina puede dar el salto hacia adelante que lleva décadas postergando. Pero para eso hay que hacer lo que nunca se ha hecho: aplicar soluciones disruptivas y no tenerle miedo a romper los moldes de un sistema agonizante que solo genera fracasados y esclavos del conformismo. Si no están dispuestos a hacerlo, entonces no solo son idiotas: son cómplices del fracaso.

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