Si los niños tienen miedo de «salirse de la caja» a los 3 años, si no pueden expresar sus opiniones libremente, si no pueden equivocarse sin ser intimidados por la maestra, ¿podrán superar eso cuando sean mayores?

Un niño que recibe constantes reproches por pintar fuera de las líneas, que es silenciado cada vez que hace una pregunta considerada «fuera de lugar», o que es castigado por no seguir instrucciones al pie de la letra, aprende a asociar la creatividad y la curiosidad con algo negativo. Si un niños de 3 años es forzado a cumplir expectativas rígidas y a evitar cualquier comportamiento que se salga de lo normado, internaliza que es más seguro conformarse que explorar. Este tipo de experiencias, aparentemente inofensivas, pueden sembrar en ellos inseguridades profundas y una aversión al riesgo que los acompañará durante toda su vida.

Esta pregunta va al corazón de una preocupación esencial de los padres que llevan a sus hijos a la educación inicial: ¿estamos ayudando a nuestros niños a desarrollar una actitud valiente y creativa hacia la vida, o les estamos inculcando el miedo al error, la conformidad y la sumisión? A menudo, los padres subestiman el impacto que tienen las experiencias tempranas en la construcción de la personalidad, la confianza y la disposición para explorar el mundo.

A los 3 años, los niños están en una etapa en la que su cerebro está aprendiendo a interpretar el error como una oportunidad de crecimiento o como una amenaza al bienestar emocional. Si un niño pinta fuera de las líneas y recibe un reproche humillante en lugar de una palabra de aliento, comienza a asociar el error con el fracaso personal, perdiendo la oportunidad de descubrir que equivocarse es una parte natural del aprendizaje. De igual manera, si un niño intenta hacer algo distinto a lo que dicta la maestra, como construir una torre de bloques de manera inusual o usar colores no convencionales para un dibujo, y en lugar de ser valorado por su creatividad es corregido o ignorado, aprende que ser diferente no es aceptable ni seguro.

En lugar de experimentar el error como parte natural del desarrollo, comienzan a verlo como un riesgo que es mejor evitar. Poco a poco, estas experiencias refuerzan en ellos la idea de que lo más seguro es ajustarse a lo esperado y evitar cuestionar o desafiar lo establecido. A largo plazo, esta asociación puede llevar a una aversión al riesgo, a la falta de creatividad y a una inseguridad que los acompañará durante toda su vida. Por el contrario, si los niños reciben mensajes positivos que valoren sus intentos de hacer algo diferente y sus ideas únicas, crecerán con la confianza necesaria para explorar, aprender y desarrollarse de manera auténtica y segura.

Si aspiramos a educar personas que puedan innovar, liderar y adaptarse a un mundo en constante cambio, debemos crear espacios donde los niños puedan cuestionar, explorar y equivocarse sin miedo. Esto implica un cambio en cómo entendemos el rol del maestro y del padre: no como figuras de autoridad absoluta que corrigen, moldean y limitan, sino como guías que inspiran, acompañan y permiten que los niños descubran su propio potencial.

Para que los niños puedan «salirse de la caja», necesitan entornos que valoren las preguntas interesantes por encima de las respuestas correctas. Un salón de clases debe ser un lugar donde la imaginación y la curiosidad tengan prioridad sobre la obediencia. Esto no significa un entorno caótico ni permisivo, sino un espacio donde el respeto y la empatía permitan la libre expresión y la experimentación. Si un niño de 3 años dice que un árbol es azul, el maestro tiene dos opciones: corregirlo inmediatamente o preguntarle por qué cree eso y, quizás, entrar en una conversación fascinante sobre colores, emociones y creatividad. Elegir la segunda opción nutre la confianza del niño y le enseña que sus ideas son valiosas, incluso cuando no se alinean con las convenciones.

El miedo al error o a la desaprobación, o a ser considerado inadecuado por no encajar en un estándar rígido, no se limita a la educación inicial. Si los niños crecen con esta carga, enfrentarán la primaria, secundaria e incluso la universidad con un temor latente a equivocarse o expresar una idea que no encaje. Este miedo, en última instancia, limita su capacidad para pensar críticamente, proponer soluciones originales y enfrentarse a desafíos complejos.

Por eso, es crucial que los padres entiendan que el trabajo más importante no es preparar a los niños para encajar en un molde o responder correctamente en un examen, sino para enfrentar con confianza las incertidumbres de la vida. En un mundo donde no todos los caminos serán claros, necesitarán habilidades como la creatividad, la adaptabilidad y la resiliencia para avanzar, incluso cuando no tengan todas las respuestas.

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