Uno de los temas mas problemáticas del mundo digital es la facilidad con la cual se puede modificar el sentido de una imagen o texto, utilizando software apropiado (como fotoshop por ejemplo) o simplemente extrayendo de contexto algunas frases de cualquier chateo.
Para ilustrarlo he armado un chateo imaginario entre un entrenador que recluta jugadoras y una de las jugadoras a la que el entrenador conoce de antes y quisiera contratar:

E: Hola Marita, vi que te presentaste a la convocatoria del club.
E: Me encantó haberte visto esta tarde.
J: Si, me resultó muy acogedor y vi un buen clima de trabajo.
E: Los directivos me han pedido que proponga nombres para armar un equipazo de alto nivel para campeonar este año y siento que contigo lo haríamos excelentemente bien.
E: No sabes cuán entusiasmado estuve de verte nuevamente
Jugadora: Si, pero en caso de no aceptar, sin duda podrías escoger a alguna otra jugadora similar
E: Yo te quiero a ti.
J: Déjame pensarlo.
E: Hace tiempo que no ganamos un título y este año tenemos todo a favor para lograrlo
E: Yo espero que sientas como yo y aceptes mi proposición. Me alegrarías el corazón
J: Gracias. Mañana te contesto
E: Espero verte pronto
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Supongamos que escojo algunas de las líneas del chat y lo reenvío a un periodista titulando “entrenador seduce a jugadora”
Marita, me encantó haberte visto esta tarde.
No sabes cuán entusiasmado estuve de verte nuevamente
Yo te quiero a ti.
Espero que sientas como yo y aceptes mi proposición. Me alegrarías el corazón
Espero verte pronto

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El entrenador podría ver golpeada su imagen, tendría problemas con su querida esposa e hijos, con el club, etc.

Esto le puede ocurrir a cualquiera en cualquier momento, inclusive con implicancias judiciales. Claro que a ese nivel por ahora existe la posibilidad de registrar el diálogo original, pero en el quehacer cotidiano no suele ocurrir. De allí que asumir un código de conducta digital sea esencial para las comunicaciones personales y profesionales de nuestros tiempos. La pregunta es sí estamos preparando a nuestra generación digital para ser ciudadanos digitales o si los estamos dejando inermes e indefensos para desbordarse sin mayor cuidado en el océano digital.

¿Cuánto de estos cuidados éticos son motivo de trabajo en los medios, los espacios educativos, los espacios políticos y de formación profesional? ¿Qué medidas legales amparan a los afectados de esta nueva forma de difamación o daño a la reputación de las personas?

Son temas de estos tiempos. No podemos pretender que las fórmulas sociales y educativas tradicionales den respuestas a los problemas y posibilidades propios del nuevo mundo digital y la formación de «ciudadanos digitales».

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