Quienes tenemos algunas décadas como educadores y psicólogos podemos anticipar a qué niño le irá mal en el futuro. Por lo tanto, si los padres desean nutrir las opciones de éxito personal y social de sus hijos, quizá les resulte útil prestar atención a estas señales de alarma. En buena cuenta, se trata de entender que cuando los psicólogos tratan a un paciente adulto por algún trauma que frena su desarrollo pleno, su satisfacción con la vida o incluso por sus delitos debidos a la falta de consciencia de sus límites y dificultad de regulación de su conducta, usualmente detectan en la infancia las raíces de esas dificultades o traumas.

Claro que esto se da bajo el entendido de que no existen determinismos lineales en la vida humana, pero sí tendencias muy marcadas y reiteradas que hacen altamente relevantes estas predicciones. Un par de casos emblemáticos lo tenemos en el INPE, que encontró que el 70% de los recluidos venían de hogares infantiles disfuncionales, violentos o con ausencia del padre (Adina, 7/1/2019). En Chile, en una muestra de 248 adolescentes, 135 presentaron riesgo suicida. El 77,77% provienen de familias disfuncionales y de ellas, el 60% provienen de familias violentas (Subjetividad y Procesos Cognitivos, vol. 23, núm. 1, pp. 17-31, 2019).

Entre las señales de alarma más comunes destacan las dificultades persistentes en la regulación emocional, manifestadas en explosiones desproporcionadas, agresividad recurrente y falta de límites. De manera similar, los patrones de aislamiento social, donde el niño no logra formar amistades duraderas, son una bandera roja que muchas veces pasa desapercibida o se minimiza.

Otros indicadores incluyen problemas constantes de conducta en la escuela, como el desafío excesivo a la autoridad o la intimidación a sus compañeros. Cuando estos comportamientos se combinan con dificultades académicas no atendidas, como un bajo rendimiento crónico, se refuerza una espiral de frustración y baja autoestima.

Sin embargo, no todas las señales provienen del comportamiento del niño; también es vital observar las dinámicas familiares. Los padres sobreprotectores, que envían el mensaje implícito de «tú no puedes sin mí», tienden a criar niños inseguros, con baja tolerancia a la frustración y dependencia excesiva. Por otro lado, los padres negadores, que inculcan el mensaje de «ante cualquier problema, el culpable es el otro», fomentan la falta de responsabilidad, la incapacidad de autorreflexión y la dificultad para aceptar límites.

En general contextos familiares marcados por violencia, negligencia o ausencia emocional de los cuidadores principales suelen sembrar las bases para futuros problemas de conducta y adaptación social.
Si los padres tomaran consciencia de los daños futuros que anuncia su conducta paternal o maternal y realmente quisieran procurar un futuro satisfactorio para sus hijos, estas tendencias pueden atenuarse o incluso revertirse si se abordan a tiempo. Hay terapias familiares sistémicas que puede transformar dinámicas dañinas en oportunidades de crecimiento para todos los miembros de la familia. También hay programas de regulación emocional y habilidades sociales que enseñan a los niños a manejar sus emociones y resolver conflictos de manera constructiva y también terapias basadas en el apego que no solo ayudan al niño a desarrollar vínculos más seguros, sino que también educan a los padres para brindar el apoyo emocional necesario.

Así, aunque la infancia deja huellas profundas, hay opciones para atenuar sus daños futuros. Detectadas estas señales a tiempo y actuando con decisión, se puede marcar una diferencia crucial en la vida de un niño. De ese modo se pueden abrir caminos hacia el crecimiento, la resiliencia, la salud mental y el éxito personal y social de los hijos.

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