Si tienen curiosidad, basta estudiar la vida de Oprah Winfrey, Jeff Bezos, Pep Guardiola, Malala Yousafzai, Sir Anthony Hopkins, Elton John o Simon Cowell, quienes son la punta del iceberg de miles de innovadores exitosos cuyas notas escolares no explican cómo llegaron tan lejos. Oprah Winfrey, con su habilidad para conectar emocionalmente con su audiencia, ha demostrado cómo la autenticidad y la empatía pueden construir una influencia duradera y significativa. Pep Guardiola no solo revolucionó el fútbol con su enfoque táctico y su liderazgo inspirador, sino que también demostró cómo la capacidad de trabajar con diferentes talentos puede llevar a la excelencia colectiva. Malala Yousafzai nos recuerda que el coraje y la determinación pueden abrir caminos incluso en los entornos más adversos, luchando por la educación y la igualdad. Sir Anthony Hopkins, con su dedicación y maestría en el arte de la actuación, nos enseña que la búsqueda de la perfección en una pasión puede generar un impacto cultural duradero. Elton John, con su legado musical y su activismo, ilustra cómo el arte y la autenticidad personal pueden inspirar a millones. Finalmente, Simon Cowell, con su capacidad para identificar talento y transformar la industria del entretenimiento, destaca la importancia de reconocer el potencial en los demás y convertirlo en éxito. (Datos proporcionados por la I.A.)

Algo similar ocurre entre los Premios Nobel: muchos de ellos tampoco fueron los mejores alumnos del colegio. John B. Gurdon (Medicina 2021) fue calificado de “ridículo” por querer dedicarse a la ciencia; Tomas Lindahl (Química 2015) reprobó química en secundaria; Andre Geim (Física 2010) confesó haber sido un estudiante “vago”; Richard Feynman (Física 1965) era considerado indisciplinado e irreverente;  Albert Einstein (Física 1921) escuchó de su maestro que “nunca llegaría a nada”; Winston Churchill (Literatura, 1953) tenía pésimas notas en casi todo; su profesor de latín dijo que “no muestra progreso alguno”; y Moungi Bawendi (Química, 2023)  reprobó su primer examen universitario de química; pensó en abandonar la carrera.  Sin embargo, todos ellos transformaron el conocimiento humano con sus descubrimientos. Lo que define su éxito no fue la obediencia al sistema escolar, sino la curiosidad, la pasión, la rebeldía creativa y la capacidad de pensar diferente. Su historia recuerda que el talento no siempre se mide con calificaciones, y que la genialidad suele nacer de la libertad para cuestionar y explorar más allá de lo establecido.

Detrás de todos ellos hay un punto en común: cada uno descubrió su valor diferencial, aquello que los distinguía y que, al ser cultivado con perseverancia, se convirtió en la llave de su éxito. No fue su trayectoria académica ni un diploma universitario lo que determinó su destino, sino la claridad con la que identificaron aquello que los hacía únicos. Por eso, la educación del siglo XXI no debería centrarse solo en cumplir requisitos curriculares, aprobar exámenes o escalar posiciones en el “tercio superior”, sino en acompañar a cada estudiante en el descubrimiento de su singularidad: su talento, su manera de pensar, su modo de influir o de crear. Encontrar ese valor diferencial —esa mezcla de pasión, propósito y autenticidad— es lo que permite trascender las calificaciones y convertir el aprendizaje en una aventura personal con sentido.

Pero lograrlo demanda tiempo, atención y sensibilidad por parte de los profesores, psicólogos y tutores, que necesitan conocer a fondo a sus alumnos, escucharlos, observarlos y guiarlos en el cultivo de sus talentos. Esa dedicación individualizada choca con la rigidez de muchas instituciones educativas que siguen priorizando la cobertura del currículo, las tareas y los exámenes como medida del aprendizaje, como si el éxito dependiera únicamente de “cumplir con todo”. Así, lo más valioso —el desarrollo de la identidad, la creatividad y la confianza personal— queda relegado a un segundo plano.

Y es precisamente esa capacidad de despertar y nutrir el valor diferencial de cada alumno lo que define a la educación verdaderamente innovadora: una educación que no forma copias, sino identidades; que no mide solo resultados, sino trayectorias personales; que entiende que el futuro no pertenece a los que acumulan notas, sino a los que descubren quiénes son y qué pueden aportar al mundo.

PD: Aún si algún dato de un personaje no es preciso por un error de la I.A. sugiero a los lectores quedarse con el sentido de la columna. Estoy seguro que c/u podría mencionar sus propios ejemplos a partir de lo que conoce de su propia experiencia.

Premios Nobel que no destacaron en sus estudios, a decir de elos o sus profesores (escogidos de la I.A.) 

John B. Gurdon – Medicina, 2012.  Su maestro escribió: “Su ambición de ser científico es ridícula. Sería una pérdida de tiempo para él y para los que lo enseñen.”

Tomas Lindahl – Química, 2015. Reprobó química en secundaria; su profesor lo suspendió porque “no entendía los conceptos básicos”.

Albert Einstein – Física, 1921. Considerado “insubordinado” y “sin futuro académico”. Un profesor le dijo que “nada saldrá de ti”.

Moungi Bawendi – Química, 2023. Reprobó su primer examen universitario de química; pensó en abandonar la carrera.

Andre Geim – Física, 2010. Se describió como “vago” y “poco aplicado”; apenas aprobaba.

Richard Feynman – Física, 1965. Fue considerado “indisciplinado y burlón”; discutía con los profesores.

Winston Churchill – Literatura, 1953. Tenía pésimas notas en casi todo; su profesor de latín dijo que “no muestra progreso alguno”.

Rabindranath Tagore – Literatura, 1913. Odiaba la escuela; la abandonó joven porque la consideraba una cárcel para la creatividad.

Bob Dylan – Literatura, 2016. Estudiante mediocre; más interesado en la música que en los estudios, apenas terminó la secundaria.

Gabriel García Márquez – Literatura, 1982. Tuvo malas notas en el colegio; su profesor de matemáticas lo describió como “soñador, distraído y poco disciplinado”.

Richard R. Schrock – Química 2005. En la escuela fue calificado como “difícil de manejar” y “sin motivación”. Solo más tarde descubrió su pasión por la química.

Frédéric Joliot-Curie – Química 1935. En la escuela técnica fue un alumno irregular; suspendió exámenes por indisciplina y desinterés.

Max Planck – Física 1918.  En sus primeros años escolares fue considerado un niño de lento desarrollo intelectual; luego destacó en música antes que en ciencia.

Brian Josephson – Física 1973. No era disciplinado ni buen estudiante en la escuela; sus maestros lo veían como “raro e introvertido”.

Wolfgang Pauli – Física 1945. En la escuela se distraía fácilmente y era impaciente con las explicaciones de los profesores; lo calificaban de “arrogante y difícil”.

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