En mi artículo del martes 26 de septiembre titulado “PODER, VALORES Y EDUCACIÓN ESCOLAR” puse énfasis en las lecciones cívicas, éticas y educativas que se derivaban del deterioro en el ejercicio del poder del presidente Fujimori y su asesor Montesinos, como consecuencia de la falta de sólidos mecanismos de control y rendición de cuentas. En otras palabras, por la impunidad ante las trasgresiones y la arbitrariedad. Esta impunidad es una de las principales razones por las cuales en el Perú impera la corrupción y la delincuencia de todo calibre, ya que alienta la trasgresión y desalienta la conducta legal y moralmente correcta. En un ambiente de corrupción e impunidad, ser “correcto” implica ir “contra la corriente” por alguna motivación superior, que es una capacidad que no todos tienen, especialmente los menores. Más fácil es hacer “como todos hacen”. Esta lección, especialmente para los más jóvenes, es decisiva para la construcción de sus valores.

IDENTIFICACIÓN

Los jóvenes necesitan que sus padres y autoridades les impongan normas que ellos lucharán por transgredir. Así, en esa dialéctica educativa, forman su identidad. Cuando no tienen con quien confrontarse constructivamente, -porque los dejan hacer lo que quieren -, naturalmente se desbordan. Para contener los comportamientos impulsivos o transgresores, requieren límites que deben ser objetivos, coherentes y respetados. Son los límites establecidos por padres, profesores, directores, policías, jueces, alcaldes, gobernantes, etc. Todo aquello que nuble la visión de los límites claros, -que diferencian lo permitido de lo prohibido-, dificultará la incorporación de las normas de conducta y el respeto a los límites. Finalmente ¿qué es la autodisciplina? Es el resultado de haber incorporado hacia el mundo interno a los “policías externos”. Si no hay normas y límites claros así como autoridades prestigiadas y respetadas, no se podrán identificar con ellos ni incorporarlos para forjar su autodisciplina.

Cuando estas figuras de identificación son severamente cuestionadas por sus arbitrariedades o delitos, sin que haya sanción a sus faltas, la lección “moral” más contundente para la población es que “el delito paga”. Es decir, se puede corromper, robar, asesinar, vender drogas o transgredir cualquier norma sin que pase nada, dependiendo por supuesto de la capacidad económica o los niveles de influencia que detente el trasgresor.

Veamos algunos ejemplos de impunidad. ¿Quién no ha sufrido en el Perú algún robo de su cartera, su casa o su vehículo? ¿Quién no ha visto a los pirañitas, carteristas, vendedores de drogas, hacer de las suyas frente a las pantallas de televisión? ¿Quién no ha visto o escuchado sobre sobornos a policías de tránsito para “arreglar” algún problema de tránsito? Las cosas llegan a tales niveles de desconfianza en la autoridad que las víctimas de muchos delitos ya ni los denuncian porque sienten que no vale la pena.

Otro ejemplo notorio de impunidad es el de los vándalos de las barras bravas que hacen los destrozos que quieren sin que la policía y la justicia hayan detenido y sentenciado a nadie por los daños ocasionados. ¿Tiene sentido sostener que la policía peruana fue capaz de desactivar el terrorismo pero es incapaz de identificar y detener a unos cuantos vándalos y sacarlos de circulación? ¿O es que la impunidad es parte de un acuerdo tácito entre los clubes deportivos y las autoridades que gozan de los beneficios del “calentamiento de los ánimos” en el incremento del interés por el fútbol?

Agreguemos a esto la conciencia casi generalizada de que en el poder judicial lejos de hacer justicia, lo que se hace es resolver en función de la capacidad económica o la influencia de los involucrados.

REFLEXION

En este contexto el desarrollo correcto del caso judicial de personas notorias como Vladimiro Montesinos y Alberto Kouri tiene un poderoso valor didáctico. Le enseña a los peruanos, especialmente a las nuevas generaciones, cómo se maneja el Estado con los trasgresores. Si hay investigación seria y sanción justa o impunidad.

Hay quienes consideran que las acusaciones a Montesinos son actos de venganza, y que se le deberían olvidar y perdonar en nombre de los aportes hechos en la lucha contra el terrorismo y estabilización de país. Deberían entender que no es lo mismo la venganza y la justicia. En un sistema justo cuando un delincuente comete un crimen y la sociedad lo sanciona, no lo hace por venganza, sino por justicia, porque las personas deben pagar por las consecuencias de sus actos. Del mismo modo, cuando un acusado es absuelto, no lo es por generosidad, sino por justicia. Así, cada vez que se resuelve con justicia se fortalece la opción del camino correcto y se desalienta a los posibles trasgresores.
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