Tres razones motivaron mi post de ayer titulado “¿Por qué no les preguntan a niños de 5 años cómo resolverían el problema de las colas en los hospitales? Ellos saben mejor”.

Primero, expresar mi disconformidad y protesta con las autoridades y funcionarios que debieran servir al público, pero que expresan nula empatía al permitir que se formen largas y desatendidas colas de personas enfermas, vulnerables y necesitadas de apoyo en los diversos servicios públicos, en particular actualmente los hospitales. Eso es inaceptable.

Segundo, mostrar cómo la escuela y la universidad conforme especializan a los alumnos en las áreas curriculares o disciplinas universitarias, los empujan a aprender de la experiencia (por repetición o reiteración de conceptos o fórmulas) y a pensar en “lo ya pensado”. Eso va estructurando en sus mentes estereotipos, paradigmas y fórmulas de pensamiento que se repiten y refuerzan en el tiempo y que cierran la cabeza en lugar de abrirla.

Si queremos resolver problemas que no se resuelven de modo convencional, hay que promover el pensamiento divergente, transdisciplinario, inusual, original. Dicho de otro modo, en lugar de limitarse a aprender de la experiencia pre existente, aprender de aquello en lo que no hay experiencias previas. Eso es lo que hace un niño de 5 años con la mente libre y abierta, pero difícilmente lo hace un especialista en alguna ciencia o actividad burocrática luego de muchos años de sumergimiento en su campo específico. Mucho menos quienes ocupan cargos ministeriales que le tienen alergia a todos aquellos que proponen pensar las cosas de otra manera y se aferran a los procedimientos conocidos “no vaya a ser que se equivoquen”.

La tercera razón, quizá la que puede haber sido menos visible, es la intención de que a través de mi relato vean que la mente puede convertirse en una poderosa herramienta creativa si la entrenamos a buscar asociaciones y conexiones entre cosas que usualmente no las tienen, con ejercicios mentales que justamente apunten en esa dirección.

Escribí e el post que los reportes sobre colas en los hospitales me evocaban la manera como en una situación de guerra se resuelve a quién atender entre los diversos heridos en el combate y lo asocié con la película que acababa de ver sobre Bobby Fischer jugando 20 partidas simultáneas de ajedrez, ganando todas. Eso ocurría a la par que imaginaba los logros de la telemedicina en el mundo digital, la experiencia del delivery de las farmacias y la lectura del libro “Range” que mencionaba que los humanos sólo superan a las máquinas cuando se trata de crear patrones nunca antes vistos, lo cual me llevó a la relectura de las investigaciones que hablan de que los niños más creativos son los menores, porque aún no han sido “cuadriculados” por la escuela y son capaces de pensar lo que otros no piensan.

Con todo eso mi intención era mostrar como esas conexiones casuales y/o intencionales ayudan a gestar ideas originales y soluciones a problemas que muchas veces pueden ser mejores que las pre existentes diseñadas por los especialistas en su campo.

Imaginemos que a los alumnos de una clase de literatura, o cualquiera otra, se le pidiera que lea un artículo breve sobre química, otro sobre economía y lo relacionen con la lectura de “El Principito”, o si quieren, con la película Harry Potter, o el viaje de SpaceX a marte, o la receta del lomo saltado. En realidad, no importa qué temas de categorías tan distintas entre sí son aludidos. Lo que importa es que los estimulan a pensar lo no pensado, a salirse de la caja, a romper las fronteras de las disciplinas y relaciones causales pre existentes para construir una nueva, la suya, la que es producto de su ingenio y creatividad. Ese es un ejercicio que a lo largo del tiempo le permitirá inventar soluciones nuevas a problemas convencionales.

Es la razón por la que les recomiendo a las autoridades del gobierno y de salud en particular, que convoquen a mesas de trabajo a niños de primaria, jóvenes y profesionales creativos en áreas que no tienen nada que ver con la medicina o la administración tradicional como el circo, las artes plásticas, publicidad, diseño, filosofía, ecología, etc. para que propongan la forma de resolver los diversos problemas inusuales que supone el manejo de la pandemia, incluyendo el de las focalizaciones y las de las colas de los hospitales.

¿Qué perdemos? Estamos en guerra, y la estamos perdiendo. Los enfermos y fallecidos por el COVID son testigos.

No tengo la menor duda que propondrían un abanico de opciones muy superior a los ineficaces existentes actualmente. Dicho sea de paso, ese ejercicio también es aplicable a otros campos, incluyendo el retrógrado modelo de escuela que tenemos hoy en el Perú.

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