¿Para qué estudiar inglés en una época en la que basta tener un micrófono y unos audífonos minúsculos para hablar cualquier idioma (por ejemplo, japonés) y que tu interlocutor lo escuche en su idioma nativo (por ejemplo, danés), al igual que en la comunicación escrita? ¿Qué dirías? Y si te pido que me digas qué relación tienen las matemáticas con la literatura, ¿qué dirías? Esas son las preguntas que le hice a los maestros asistentes a un reciente taller, y sentí su enorme incomodidad para responder, lo cual fue seguido por el silencio colectivo habitual en estas circunstancias.

De pronto, uno que otro empezó a ensayar respuestas, como que la traducción automática de un idioma no siempre es precisa ni captura los matices culturales, no puede transmitir la emoción detrás de una expresión idiomática, ejercita tu cerebro y memoria, enseña a pensar de manera diferente, mantiene la conexión humana, y te defiende cuando no tienes dispositivos disponibles…

Sobre la relación entre matemáticas y literatura, decían que son dos lenguajes que exploran y dan sentido al mundo, que ambas requieren creatividad, y que nos enseñan que el mundo no se divide entre números y palabras, sino que es un todo interconectado. Incluso mencionaron que la relación es neurológica, aunque invisible a la lógica, entre otras ideas.

Pero, ¿dónde estuvo el aprendizaje? No estuvo en encontrar la respuesta correcta, porque tal cosa quizá no existe. Además, cada cual puede pensar que la suya es la correcta. El aprendizaje radica en el esfuerzo por pensar en algo nuevo e inesperado, y en luchar consigo mismo para encontrarle sentido y dar una respuesta. Esto es más valioso que simplemente tener una respuesta que, de hecho, podría haber sido proporcionada por una herramienta de inteligencia artificial.

Eso es lo que deben entender padres y educadores sobre el sentido de la buena educación. No se trata del resultado, sino del proceso. Lamentablemente, los sistemas de evaluación se enfocan en el resultado, y es a partir de ellos que los padres tienden a juzgar si su hijo o hija están aprendiendo. Cada vez que lo hagan así, estarán perdiendo valiosas oportunidades de enfocarse en el aprendizaje y el desarrollo del intelecto, que es lo que les servirá para toda la vida. Esto es lo que les permitirá transferir lo aprendido a nuevas circunstancias desconocidas, potenciará su iniciativa y capacidad de razonamiento crítico y creativo, y, finalmente, les dará la capacidad de resolver problemas nuevos e inesperados, que son los más desafiantes en cualquier actividad que les toque desempeñar.

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