Correo 23 04 2021

El genial autor norteamericano Alfie Kohn que debería ser más leído en el Perú continuamente escribe y charla sobre la educación significativa para nuestros niños y jóvenes, procurando que las autoridades y decisores reformulen su entendimiento sobre la educación relevante. En recientes tweets sostiene (traducido) “Los artículos sobre los hallazgos de las investigaciones y recomendaciones prácticas relacionados con la escolaridad debieran incluir explícitamente estas consideraciones: frases como “logros de aprendizaje más elevados”, “resultados positivos”, o “mejores logros” se refieren solamente a los puntajes de las pruebas estandarizadas. Estos son indicadores muy pobres de la capacidad intelectual, y primariamente miden el nivel socioeconómico de los alumnos o el nivel de su entrenamiento para ser hábiles rendidores de estas pruebas”. En otras palabras, dada cualquier prueba estandarizada, sin conocer a la población, sabremos que rendirán mejor los que provienen de hogares más acomodados y los que se han entrenado en ese tipo de pruebas. ¿Qué tiene que ver eso con estar bien educado para el ejercicio de la vida ciudadanía plena y el desempeño satisfactorio en la resolución de problemas reales, en los estudios superiores o en las labores profesionales? Nada. Tan es así que cada vez más universidades líderes de Estados Unidos están dejando de lado estas pruebas para evaluar la admisión de postulantes, concentrándose más en su desempeño escolar integral y las evidencias de tener una clara vocación social.

Es importante reiterar que la prueba PISA -y sus hermanos menores latinoamericanos como ECE, SIMCE, SABER, APRENDER; PLANEA, etc. diseñados a su imagen- no aportan al proceso formativo de los estudiantes aunque se han convertido en referentes tóxicos de los colegios, que las atan de manos en su capacidad de resolver de modo contextualizado los temas educativos que competen a cada colegio y país. Es como descalificar a una persona con polio por no correr rápido como los demás, sin tomar en cuenta sus condiciones específicas. O pedirle a los pescadores que demuestren sus competencias en trabajos de ganadería o agricultura. O pedirle a un empresario emprendedor emergente de Gamarra que analice y se comporte igual que un ejecutivo formado en un MBA académico.

Cada contexto define qué es aprender, qué es saber, y cómo se evidencia quién está bien educado para realizarse como persona y desempeñarse adecuadamente frente a temas de la vida cotidiana.

Para PISA eso no existe, porque tiene en mente un modelo de persona educada contra la cual comparan a todos los jóvenes del mundo, de modo uniforme y descontextualizado. Sus autores suponen que miden saberes y habilidades válidas en cualquier contexto y que toda la población mundial debe compartir.

Diseñar un currículo democrático que ponga énfasis en el respeto personalizado a cada estudiante (y por tanto de su colegio) requiere apartarse de los currículos totalitarios vigentes, que piden de los alumnos que renuncien a sus particularidades y se sometan al designio uniforme que han definido para todos por igual las autoridades ministeriales.

Cuando se sostiene esta necesidad, la respuesta de los ministerios suele ser “y cómo mido los aprendizajes en ese modelo”. En otras palabras, la prioridad es medir y no procurar los aprendizajes de cada cual. La pregunta más democrática y educativa debería ser “dado que quiero personalizar y contextualizar la educación por respeto a los alumnos, ¿cómo podríamos evaluar sus aprendizajes? Que se rompan la cabeza los expertos. Dejen en paz a los alumnos.

A manera de ejercicio les propongo pensar en una estrategia que les quite a los colegios la tarea orientada a seleccionar postulantes que le debe corresponder a las universidades.

¿Qué pasaría si todos los egresados de secundaria pudieran ingresar a las universidades sin dar examen de ingreso alguno, y que sea la universidad en el primer ciclo la que se ocupe de determinar quiénes son competentes para continuar los estudios superiores en esa universidad? Así se reemplazarían las famosas PREs, academias o el ingreso al ciclo cero de las privadas, así como los retrógrados exámenes de ingreso, y se terminaría con el condicionamiento a los colegios para que entrenen a sus alumnos en función del ingreso universitario, que es lo que los lleva a desistir de prestar atención a lo que es mejor como educación básica para los niños y adolescentes escolares.

Con eso se les quitaría a los colegios la misión de usar como meta el examen de ingreso y con ello la obsesión por las notas para establecer promedios y órdenes de mérito, que convierten a los colegios en los pre-seleccionadores de los ingresantes; se bajaría el estrés por las notas en la secundaria y se contextualizaría la evaluación de los estudiantes en función de lo que cada universidad considera relevante de un estudiante para continuar en su seno con los estudios superiores.

Es uno de varios ejemplos de propuestas para generar nuevas opciones que confronten al sistema establecido y lo lleven a girar de la comodidad administrativa de las instituciones al estímulo personalizado de los intereses y las capacidades de aprendizaje de cada estudiante que, por definición, son diferentes en cada uno.

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