Muchas veces cuando enfrentamos problemas políticos, económicos o sociales que nos golpean y angustian en el presente, nos entristecemos o lamentamos porque nos toca vivir una realidad que nos molesta o hace sufrir, y pensamos que la solución es inmediata. Es decir, que con una ley o una acción de gobierno se resuelve el problema y entonces esperamos a que el gobierno y congreso hagan eso para aliviar el dolor de la población. Obviamente, por lo general, eso no funciona.

Veamos por ejemplo la noticia de hoy en Perú21, que 900, 000 personas que estaban comprendidas entre los vacunables mayores de 45 años, no se han presentado a la vacunación, incluyendo 220,000 vulnerables mayores de 60 años. Las autoridades tratan de incentivar a que se vacunen sobornándolos con ofertas, regalos, descuentos comerciales, o alternativamente con estrategias sancionadoras, impidiendo su entrada a diversos lugares públicos. Solo falta que no les permitan subir a un microbús si es que no están vacunados.

La pregunta es de dónde viene esta falta de disposición para vacunarse, y si poner el parche no es una manera de ocultar el verdadero problema que se cultivó desde décadas atrás con una educación autoritaria y descontextualizada de los que hoy son los adultos peruanos. Una educación que promovía que el alumno haga cosas no por convicción y entendimiento de su responsabilidad personal y social, sino miedo al castigo en caso de incumplir o por el premio que recibirían en caso de cumplir lo esperado por profesores o padres. Terminado el miedo al castigo, o el incentivo del premio, lo que queda es la falta de compromiso para asumir genuinamente un rol activo en algo que compete al bienestar personal y colectivo. No hay razonamiento social. Solamente una actitud de sumisión o rebeldía frente a la autoridad en la que por lo demás cada vez se confía menos por las innumerables evidencias de incompetencia y corrupción.

¿Cuánto tiempo más podremos vivir en el Perú con esta aspiración a que las cosas se resuelvan mágicamente en el momento que estalla un problema?

Por analogía podríamos pensar en el calentamiento global que hoy nos cachetea en la cara por algo que se ha germinado y nutrido a lo largo de décadas, porque el egoísmo del corto plazo del pasado no permitió desarrollar una consciencia sobre la manera como los daños presentes van a enturbiar las opciones de buena vida en el futuro. O el caso más individualizado de un fumador, que descubre 30 años después de fumar diariamente que tiene un cáncer y que es irreversible, ya que se fue gestando desde que fumó su primer cigarrillo aparentemente inocuo.

La educación autoritaria, reglamentarista, represiva no da para más. Se necesita una educación centrada en el alumno y su autonomía, que alienta la construcción de los valores desde su consciencia social, que active un compromiso genuino con el bienestar común, y que todo el tiempo mire el futuro que le espera a él, la sociedad y el planeta entero, dependiendo de lo que haga hoy.

Eso no se consigue obligando a los alumnos a hacer cosas que no entienden ni valoran, ni por memorizar unos textos o repetir algunas rutinas, ni por incentivarlos a ganarse un premio o evitar un castigo. Si un alumno hace en el colegio algo que no haría fuera de él, es mala señal.

Hagamos que el colegio sea un espacio de gestación de buenos ciudadanos, que sean personas de bien y sobre todo socialmente responsables. Y eso no se va a lograr haciendo más de lo mismo, lo ya conocido, lo que no nos satisface. Pero cambiarlo requiere visión y coraje, algo que nos gusta ver en los idealizados héroes que aparecen en los libros de texto escolar, pero que no nos gusta escoger cuando se trata de elegir autoridades.

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