Vivimos en una era en la que la obsesión por medirlo todo se ha vuelto tóxica. La educación se ha convertido en una industria de pruebas, rankings, rúbricas y estándares que se venden como garantía de calidad. Sin embargo, ¿qué estamos midiendo realmente? ¿El aprendizaje profundo y transformador de los alumnos o su capacidad de adaptarse a formatos preestablecidos?

En educación lo que hacemos no es medir, sino “evaluar”. Y evaluar significa acompañar procesos de aprendizaje, dar retroalimentación y abrir caminos para que cada alumno evolucione de manera distinta. Es un asunto personal entre el maestro y el estudiante, que se construye con diálogo, confianza y reconocimiento de la diferencia.

El problema es que cuando un docente o un sistema no entiende —o no sabe hacer— esta tarea, se refugia en exámenes estandarizados y rúbricas uniformes. Así, se sacrifica lo más valioso: la singularidad del alumno y su propio ritmo de evolución. La obsesión por medir produce comodidad para las estadísticas, pero pobreza para los aprendizajes.

Ejemplos abundan. Las pruebas internacionales como PISA se han convertido en el nuevo tótem de calidad educativa, ignorando que sus formatos, formas de medir aprendizajes y rankings no capturan los enfoques pedagógicos, la riqueza cultural ni las diferencias de contexto entre países e inclusive instituciones educativas. Los ministerios de educación de muchos países destinan enormes recursos a preparar a los estudiantes para este tipo de pruebas y las similares nacionales, en lugar de invertir en proyectos de innovación pedagógica que realmente transformen la experiencia escolar. En las universidades, los formatos tradicionales y currículos rígidos sofocan la innovación.

Medir compulsivamente contamina la relación con el saber. El estudiante aprende para la prueba, no para la vida; el maestro enseña para la rúbrica, no para despertar pensamiento crítico. La educación termina reducida a un sistema de entrenamiento para “pasar” filtros que tranquilizan a burócratas y rankings internacionales, pero dejan vacía la experiencia escolar.

La gran innovación pedagógica que podrían proponerse los ministerios de educación sería aceptar que educar no es medir. Que la confianza, el asombro y el deseo de aprender no caben en tablas ni exámenes. Y que cuanto más intoxicados estemos con la medición, más lejos estaremos de formar personas plenas.

https://www.facebook.com/leon.trahtemberg/posts/pfbid0HPySttgG1jcFWMWw9ZxX9EXzaXkFc2HXNaPDTcEGHPeTSiLecNToGSQKFC4xdkX2l

https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=pfbid0267Fv5SW7AeXTNuAvP1i9h292NQWLRbjd7U9YkR6JFC4T2MC9NHQQ9m4ebDZxa4HFl&id=100064106678628

https://www.linkedin.com/posts/leontrahtemberg_la-adicci%C3%B3n-t%C3%B3xica-a-medir-aprendizajes-en-activity-7370430863127314432-1LsK?utm_source=share&utm_medium=member_desktop&rcm=ACoAAAkvmwYBZH8TpEV1ZrZDmJuyzP8tJitqvQs

https://x.com/LeonTrahtemberg/status/1964665526741045451