Para muchos profesionales, 1+1 = +2. Para los educadores, 1+1 puede ser = 0, o incluso -2. Me explico a partir de un ejemplo.

La semana pasada, en plena suspensión de clases, una amiga mía que colaboraba en la búsqueda y acopio de donaciones para ayudar a los damnificados, fue al lugar de trabajo social con su hija de 6to grado, la cual estaba sentada con su cuaderno escribiendo. Le pregunté ¿qué haces? ¿no tienes ganas de ser parte del trabajo comunitario con tu mamá? Me contestó que estaba haciendo las abundantes tareas que su colegio le mandó por internet ante la suspensión de clases, «para que no pierda el tiempo» y que tenía que terminar para que no le pongan mala nota. Su comentario, entre lo que dijo y leí entre líneas era «odio el colegio», «todas estas tareas son una desgracia», “cómo me encantaría hacer las cosas que hace mi mamá”; etc.

En mi interior pensaba ¿qué tipo de ciudadanos se están formando con esas estrategias? ¿egoístas, indiferentes al dolor ajeno, frenados en vez de alentados a ayudar al necesitado?. ¿Qué imagen de niño tienen aquellos colegios que conciben a sus alumnos como máquinas de trabajo sin emociones, sin dolor, sin necesidad de conmoverse y colaborar resolviendo solidariamente desgracias que ocurren en la comunidad? No me extrañaría que haya colegios que al reiniciar las clases no hayan creado el espacio para trabajar su sentir respecto a los desastres naturales y que su abordaje en clase no haya pasado de ser una anécdota que motivó alguna oración para lavar conciencias o una recomendación de seguridad (sálvese quien pueda), para inmediatamente retornar al dictado de Matemáticas, CCSS, etc. «porque ya perdieron demasiadas horas».

En motivación escolar, en aprendizaje significativo, en educación ciudadana, el resultado neto de toda esa suma de acciones de esos colegios me temo que dará un resultado negativo.

¿No es hora de pensar que para cumplir el ideario ético y cívico que guía la educación peruana y que se lee en los estatutos de muchos de los colegios privados hay que conectar la escuela con la vida real? ¿Entender que una escuela que no es un espacio para procesar lo que ocurre en el mundo interno de los niños y en la vida real de su sociedad corre el riesgo de formar personas sin vocación cívica y ética, como aquellos que vemos hoy en el mundo adulto a los que precisamente censuramos por ser indolentes, corruptos, trasgresores, indiferentes al dolor ajeno, egoístas, deshonestos? Claro que también vemos en nuestra sociedad gente que a pesar de las limitaciones que pudo tener su formación escolar (o también gracias a ella) son personas dignas, decentes, solidarias, porque encontraron en su escuela, familia, referentes o en su propia conciencia la fuerza espiritual e intelectual interna para procurar el bien común, pero ¿cuánto más ganaríamos si todo el enfoque educativo peruano estuviera guiado por esta aspiración?

La reconstrucción nacional no es principalmente un tema de infraestructura, porque si así se entendiera el próximo huaico causará similares desgracias y pérdidas que el actual, porque los efectos del daño medioambiental van en ascenso. La reconstrucción es ética y cívica, y tiene como pilares por un lado el contenido del liderazgo de los políticos que conducen el país y que asumen responsablemente sus funciones con un sentido de comunidad y de búsqueda del bien común, y por otro lado la escuela, como el espacio educativo reinventado en el que se forman los ciudadanos de hoy y mañana.

Esa es la escuela en la que 1+1= infinito

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LT: ¿No debería ser la escuela el espacio para facilitar que estos relatos, emociones, impresiones, angustias, temores, aspiraciones, se expresen y se elaboren acompañados de sus maestras?