A raíz de la circulación por internet de mi columna anterior con el mismo título, me llegaron varias reacciones, la mayoría de las cuales reconocía que problemas similares de falta de tzedakah estaban ocurriendo en muchas otras comunidades judías, contribuyendo a su decadencia. Una en particular me resultó muy impactante, que adjuntaba una larga entrevista al rabino Daniel Goldman publicada en el diario Página 12 de Buenos Aires el 27 de enero del 2008 titulado “La nueva derecha judía”. Citaré (ligeramente editada para acortar) algunas de las preguntas y respuestas más relevantes:

«–Ha aparecido una corriente de judíos volcados a la derecha. ¿Se anima a caracterizarlos?
Este fenómeno de “reaccionarismo” se caracteriza por haber olvidado el sentido de comunidad de ideas, la polémica, el carácter combativo, la autocrítica, la búsqueda intelectual y espiritual. Lo que vemos hoy es el reaccionarismo de esos sectores que quieren afianzarse como clase social aceptada por aquellos que jamás van a admitir al judío como parte de ella. Me refiero al estilo Jockey Club, y a algunos countries. Esta marca cultural del menemismo impregnó a la comunidad judía de una corriente de frivolidad e insensibilidad social. Instaló, por ejemplo, un asistencialismo complaciente por sobre el sentido de la justicia social y de solidaridad crítica que siempre fue característico de la tradición judía.

–¿Cómo piensan?
–Piensan en términos de individualismo, de salvación personal, de éxito económico, de competencia. Todo lo peor que nos legó ese período liberal nefasto de los ’90 en nuestro país. Y, obviamente, desesperan por ser reconocidos socialmente. Hay un sector minoritario pero influyente de la comunidad judía que supo adaptarse rápidamente a esta corriente, y en este sentido tomó lo peor de lo neoliberal: las prebendas, el aprovecharse de un poder que daba facilidades y el exhibicionismo, incluso en el acto de dar, porque lo liberal tiene la característica de desarrollar el sentido de la dádiva. No de la justicia social, sino de la dádiva. En la comunidad judía también se dio esta cosa de seducción económica, de la pizza con champagne, y hubo un vuelco de valores. Por ejemplo, se perdió el debate de ideas y creo que eso hasta ahora no pudo ser recuperado.

–¿Cuándo se produjo el cambio?
Me parece que en la comunidad judía el cimbronazo que produjo el 2001 y el 2002 también produjo una fragmentación, un corte más abrupto de clase. Es interesante observar cómo se adaptó, inclusive, el lenguaje extraño al léxico judío. Un judío que venía a pedir algo a una institución judía siempre hubiera sido considerado “nuestro amigo judío que está acá”. Y, de repente, el lenguaje empezó a designarlo como “beneficiario”. ¿Desde cuándo alguien es un “beneficiario” en la comunidad judía? Eso no existía. Nuestros abuelos, cuando llegaban acá, creaban cooperativas y compraban máquinas de coser, o le daban un trabajo a otro gringo que llegaba, que para ellos era simplemente un “paisano”.”

(FIN DE LA CITA)

Deja mucho que pensar…

Regresando a las reacciones a mi columna, algunos activistas en el trabajo de recolección o entrega de donaciones me escribieron que si bien había un trabajo comunitario deficiente y asimétrico, había donantes que cumplían dignamente su rol y al final de cuentas resultaban ser siempre los mismos que eran abordados por todos precisamente porque eran los que sí daban, y en relación a ellos, no cabía la crítica.

Yo les digo que es cierto que resulta muy difícil escribir algo que mueva la conciencia de los que no aportan, -que están cómodos debido a que «otros dan» o porque no ven a los necesitados-. Sin embargo, creo que también los donantes generosos tienen una misión adicional que cumplir y voy a aludir a ella a partir de una analogía escolar.

Es el caso de los alumnos que sacan 18 de promedio (sobre 20), e incluso son los primeros de su clase, a los cuales a veces les digo «no te felicito porque tu y yo sabemos que tú puedes dar mucho más» -si es que soy consciente que no están usando plenamente su capacidad-. Alguien tiene que encontrar la cura para el cáncer, el SIDA, la pobreza, la contaminación ambiental y eso exige pasar de tener logros meritorios para fines personales, a tener logros excepcionales que benefician a toda la humanidad.

Esos alumnos que pudiendo sacar 20 (uso las notas sólo con sentido simbólico) sacan 18 son los candidatos a hacer cosas excepcionales si se propusieran no solo hacer lo suficiente para ser los primeros, sino además hacer ese extra que pueda convertirlos en estudiantes excepcionales capaces de hacer cosas increíbles que otros no pueden. Solo así retribuirán plenamente el privilegio de haber nacido con una mente excepcional.

El caso de los donantes, para mí, es similar. Hay unos cuantos que son muy generosos y merecen el agradecimiento que Maimónides calificaría con nota 5 ó 4 (siendo 1 el máximo nivel y 8 el mínimo). Pero precisamente de ellos yo esperaría que lleguen al nivel 1, el más alto, y que convoquen a sus pares para armar un mecanismo que atienda de modo permanente y anónima a los más necesitados. Es decir, pasar de firmar un cheque a activar personalmente dedicando tiempo y esfuerzo para crear un mecanismo que garantice que nadie se quede excluido por razones económicas. Ese tiempito y esfuerzo extra, sí se le puede pedir aún a los grandes donantes, para convertirse en líderes de una acción social que los convertirá de paso en personas excepcionales. Y su magnetismo y ejemplo sin duda permitirían que abunden gente que aún si con dificultad pueden donar 20 dólares o una canasta de comida, lo hagan sintiéndose tan bien como el gran donante.

Yo no espero de los buenos judíos que sean «como todos los demás». Yo espero
de los buenos judíos que sean los que les marcan las pautas éticas a los demás, primero dentro de la comunidad y luego fuera de ella, y que podamos mirarnos a los ojos sin falsedad cuando hablamos de valores judíos como tzedaka ó justicia social.

Mi artículo solamente pretende comunicar una reflexión personal que emerge del dolor que me produce constatar una realidad que yo juzgo como lamentable. No tiene porqué incomodar ni conmover a nadie que se sienta tranquilo con su quehacer. Si en alguna persona eso produce algún deseo de revisar sus actos y mover su conciencia, en buena hora. Y si solamente le produce un sentimiento de discrepancia con mis argumentos, cuando menos el artículo le habrá servido para corroborar su buena conducta.

Artículo previo: PARADOJAS JUDÍAS QUE HIEREN EL ALMA (1)

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ANEXO: 8 grados de Tzedaká de MAIMÔNIDES
http://www.tzedaka.org.ar/contenidos.php?categoria=1

Maimónides considera que el grado 1 es el más elevado y el 8 el más bajo, sin embargo, en vista que los lectores de los artículos no necesariamente los tienen presentes he preferido invertir la numeración de modo que intuitivamente puedan entender que el grado 8, el mayor numéricamente, es el más elevado, explicando en cada caso a qué se refiere uno y otro.

Los ocho niveles de la Tzedaká
El célebre sabio judío RamBam (Maimónides) explica que existen ocho niveles para poder crecer gradualmente en la tzedaká, a fin de alcanzar el grado más alto en el amor al prójimo. Para establecer las jerarquías de la tzedaká el RamBam aplicó varios criterios:

-El grado de voluntad con que se da
-La espontaneidad
-El grado de anonimato de quien da
-El grado de anonimato de quien es beneficiado
-La función final de la ayuda

Hacer tzedaká es una mitzvá a través de la cual se adquiere mérito, felicidad y paz espiritual. Desde este punto de vista se entiende que quien ayuda al otro, se está ayudando a sí mismo.

Los ocho niveles son los siguientes:

El nivel más elevado en el ejercicio de la Tzedaká es ayudar a una persona a mantenerse por sus propios medios antes de que ésta lo necesite o empobrezca. Esto se hace ofreciéndole una ayuda concreta en forma digna, otorgándole un crédito adecuado o ayudándolo a encontrar un empleo o establecer un comercio, de manera que no se vea obligado a depender de otros.

En el segundo nivel el donante no conoce al que recibe y a su vez, el que recibe no conoce al donante. El caso más claro de esta forma de hacer Tzedaká es cuando se contribuye a un fondo de recaudación. Fondos comunitarios administrados por personas confiables entran también dentro de esta categoría.

En el tercer nivel, el donante conoce la identidad del que recibe, pero el que recibe no conoce la identidad del donante.

El cuarto nivel es el de la donación indirecta. El que recibe conoce al donante, pero aquel no conoce la identidad del beneficiado.

El quinto nivel es cuando se ofrece y se da la ayuda aunque quien la necesita no la haya pedido.

El sexto nivel es ayudar al necesitado sólo cuando éste lo solicita.

El séptimo nivel consiste en ayudar en menor medida de las posibilidades que uno realmente tiene, pero haciéndolo con alegría.

El octavo y más bajo nivel – aunque igualmente válido – es cuando se hace a desgano.

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