“Roba pero hace obra”: fácil para censurar, difícil para asumir (León Trahtemberg)
Los ciudadanos que rechazamos la fórmula “roba pero hace obra” considerando que resulta fundamental mantener una conducta ética y ajustada al derecho que incluye el rechazo a los robos y la corrupción, nos sorprendemos e irritamos cuando vemos que miles de peruanos asumen esa fórmula como una guía válida para definir sus posturas electorales.
Quizá sea interesante evocar los trabajos del psicólogo del desarrollo moral Lawrence Kohlberg quien usó el método de los dilemas morales para identificar el nivel de desarrollo moral de las personas. Uno de ellos el Dilema de Heinz que dice así: “Una mujer que padece un tipo especial de cáncer y va a morir pronto. Hay un medicamento que los médicos piensan que puede salvarla; es una forma de radio que un farmacéutico de la misma ciudad acaba de descubrir. La droga es cara, pero el farmacéutico está cobrando diez veces lo que le ha costado producirla. El compra el radio por $1000, y está cobrando $5.000 por una pequeña dosis del medicamento. El marido de la enferma, el señor Heinz, recurre a todo el mundo que conoce para pedir prestado el dinero, pero solo puede reunir $2500 (la mitad de lo cuesta). Le dice al farmacéutico que su esposa se está muriendo, y le pide que le venda el medicamento más barato o le deje pagar más tarde. El farmacéutico dice: «No, yo lo descubrí y tengo que ganar dinero con él». Heinz está desesperado y piensa atracar el establecimiento y robar la medicina para su mujer”. La educación moral, L. Kohlberg (1994). ¿Qué harías tú en su lugar?
Regresando a nuestro proceso electoral y a las encuestas que validan el “roba pero hace obras”, debemos entenderlo en el contexto de una población que tiene enormes necesidades insatisfechas y una expectativa de que venga alguien a resolverles sus problemas. Parece que será difícil cambiar esa visión mientras no haya una acción del estado más eficaz en relación a las necesidades básicas de la población. Y los candidatos y gobernantes que lo saben, no se inmutan ante las acusaciones de corrupción porque saben que con sus obras mantendrán el favor popular.
Penoso pero real.
Artículos afines
Pobreza moral y de debate de ideas: las elecciones desde el exterior (Oswaldo de Rivero, Diario UNO 02 marzo 2016) http://diariouno.pe/columna/pobreza-moral-y-de-debate-de-ideas/
En el extranjero hay pocas noticias sobre las elecciones peruanas. Sin embargo, se sabe que Keiko Fujimori, la hija del Presidente autoritario que destruyó la brújula moral del Perú, es la puntera en las encuestas pero acusada de costear sus estudios en EEUU con dinero público mal habido por su padre y de recibir recursos para su campaña de unos fondos que tiene en EEUU.
Sobre otros candidatos, solo se dice que dos outsiders que subían en las encuestas han sido acusados, uno de hacer un tsunami de plagios y al otro por violar normas electorales, y que los dos expresidentes del Perú, García y Toledo, también son acusados, al primero de liberar narcotraficantes y el segundo de posible lavado de activos.
Lo que felizmente no se conoce en el extranjero es que, según una encuesta, a la gran mayoría del electorado peruano “no le importa votar por un candidato que robe con tal que haga obra”. Esta reflexión pragmática y amoral, única en el mundo, demuestra que la mayoría del electorado no sabe distinguir entre el bien y el mal. La política en el Perú marcha así sin brújula moral.
Esto se debe a que después del apocalipsis moral creado por Fujimori, los regímenes democráticos que lo sucedieron fueron incapaces de regenerar, a través del ejemplo, las instituciones básicas de la República, el Ejecutivo, el Parlamento y el Poder Judicial, en instituciones probas, eficaces, respetadas y confiables.
De esta manera, el crecimiento económico neoliberal, producido mayormente por la locomotora china, no tuvo como correlato el desarrollo ético de las instituciones republicanas. Y la clase media emergente que surgió en vez de ciudadana es mayormente una clase consumista y negociante. Es por esto que vemos a Acuña proponer la compra de electores, a Locke proponer la venta del Perú y a Guzmán, ante un entrevistador israelita atónito por la ridiculez, ofrecer al Perú como aliado de Israel en el conflicto del Medio Oriente, a cambio de tecnología.
Así, huérfanos de una ética cívica y sin debate, los electores son incapaces de distinguir entre los poquísimos candidatos honestos con ideas que quieren debatir y los outsiders arribistas que prometen todo sin debatir, y que se comportan como Groucho Marx, quien en uno de sus sabrosos films, al interpretar a un político outsider, dice: “Yo tengo mis principios pero si no les gustan tengo otros”.
El Perú es así un desierto de ética ciudadana en medio de un mundo peligroso, donde el ciclo recesivo de la economía mundial será largo y afectará seriamente nuestra economía, donde el cambio climático amenaza con dejarnos sin agua y sin seguridad alimentaria y donde el narcotráfico se infiltra cada vez más en la política al ser el Perú hoy el mayor exportador mundial de cocaína. ¿Se debate acaso entre los candidatos estas grandes amenazas?
Si el 28 de julio de 2016 asume el poder un candidato sin brújula moral, todos los oasis de decencia, que felizmente existen en el gran desierto cívico-ético peruano, deben unirse y constituir un severo mecanismo de vigilancia ética ciudadana, usando todos los instrumentos que la ley permite para regenerar moralmente al Perú.
The Governing Cancer of Our Time David Brooks NYT FEB. 26, 2016
http://www.nytimes.com/2016/02/26/opinion/the-governing-cancer-of-our-time.html?_r=0
We live in a big, diverse society. There are essentially two ways to maintain order and get things done in such a society — politics or some form of dictatorship. Either through compromise or brute force. Our founding fathers chose politics.
Politics is an activity in which you recognize the simultaneous existence of different groups, interests and opinions. You try to find some way to balance or reconcile or compromise those interests, or at least a majority of them. You follow a set of rules, enshrined in a constitution or in custom, to help you reach these compromises in a way everybody considers legitimate.
The downside of politics is that people never really get everything they want. It’s messy, limited and no issue is ever really settled. Politics is a muddled activity in which people have to recognize restraints and settle for less than they want. Disappointment is normal.
But that’s sort of the beauty of politics, too. It involves an endless conversation in which we learn about other people and see things from their vantage point and try to balance their needs against our own. Plus, it’s better than the alternative: rule by some authoritarian tyrant who tries to govern by clobbering everyone in his way.
As Bernard Crick wrote in his book, “In Defence of Politics,” “Politics is a way of ruling divided societies without undue violence.”
Over the past generation we have seen the rise of a group of people who are against politics. These groups — best exemplified by the Tea Party but not exclusive to the right — want to elect people who have no political experience. They want “outsiders.” They delegitimize compromise and deal-making. They’re willing to trample the customs and rules that give legitimacy to legislative decision-making if it helps them gain power.
Ultimately, they don’t recognize other people. They suffer from a form of political narcissism, in which they don’t accept the legitimacy of other interests and opinions. They don’t recognize restraints. They want total victories for themselves and their doctrine.
This antipolitics tendency has had a wretched effect on our democracy. It has led to a series of overlapping downward spirals:
The antipolitics people elect legislators who have no political skills or experience. That incompetence leads to dysfunctional government, which leads to more disgust with government, which leads to a demand for even more outsiders.
The antipolitics people don’t accept that politics is a limited activity. They make soaring promises and raise ridiculous expectations. When those expectations are not met, voters grow cynical and, disgusted, turn even further in the direction of antipolitics.
The antipolitics people refuse compromise and so block the legislative process. The absence of accomplishment destroys public trust. The decline in trust makes deal-making harder.
We’re now at a point where the Senate says it won’t even hold hearings on a presidential Supreme Court nominee, in clear defiance of custom and the Constitution. We’re now at a point in which politicians live in fear if they try to compromise and legislate. We’re now at a point in which normal political conversation has broken down. People feel unheard, which makes them shout even louder, which further destroys conversation.
And in walks Donald Trump. People say that Trump is an unconventional candidate and that he represents a break from politics as usual. That’s not true. Trump is the culmination of the trends we have been seeing for the last 30 years: the desire for outsiders; the bashing style of rhetoric that makes conversation impossible; the decline of coherent political parties; the declining importance of policy; the tendency to fight cultural battles and identity wars through political means.
Trump represents the path the founders rejected. There is a hint of violence undergirding his campaign. There is always a whiff, and sometimes more than a whiff, of “I’d like to punch him in the face.”
I printed out a Times list of the insults Trump has hurled on Twitter. The list took up 33 pages. Trump’s style is bashing and pummeling. Everyone who opposes or disagrees with him is an idiot, a moron or a loser. The implied promise of his campaign is that he will come to Washington and bully his way through.
Trump’s supporters aren’t looking for a political process to address their needs. They are looking for a superhero. As the political scientist Matthew MacWilliams found, the one trait that best predicts whether you’re a Trump supporter is how high you score on tests that measure authoritarianism.
This isn’t just an American phenomenon. Politics is in retreat and authoritarianism is on the rise worldwide. The answer to Trump is politics. It’s acknowledging other people exist. It’s taking pleasure in that difference and hammering out workable arrangements. As Harold Laski put it, “We shall make the basis of our state consent to disagreement. Therein shall we ensure its deepest harmony.”
El mundo según Trump (Bernard Henri Levy 10 03 2016) -y la banalización de los valores de la política-
(LT: ¿Habla de EE.UU., Italia, Rusia, Venezuela, Perú, Brasil?) https://www.project-syndicate.org/commentary/the-world-according-to-donald-trump-by-bernard-henri-levy-2016-03/spanish
PARÍS – El diccionario de inglés señala que la palabra “trump” es alteración de “triumph” (triunfo). Y como parece probable que Donald Trump se convierta en el candidato del “Viejo Gran Partido” Republicano (el de Abraham Lincoln y Ronald Reagan) para la próxima elección presidencial en Estados Unidos, debemos preguntarnos: ¿en qué sentido y para quiénes sería un triunfo?
Nos sale a la mente una parte de la población estadounidense, furiosa por los ocho años de presidencia de Barack Obama y con sed de venganza. También pensamos en el electorado supremacista blanco, nativista y segregacionista, para quienes puede que sea “el” candidato (un sector representado por David Duke, exlíder del Ku Klux Klan, cuyo abierto apoyo Trump evitó rechazar la semana pasada).
La sensación que surge cuando uno trata de tomarse en serio lo poco que se sabe de la plataforma de Trump es la de un país en proceso de ensimismarse, encerrarse y finalmente empobrecerse con la expulsión de chinos, musulmanes, mexicanos y otros que contribuyeron a la inmensa mezcla de ingredientes que el país más globalizado del planeta transmutó, en Silicon Valley y en otras partes, en vasta riqueza.
Pero como casi siempre que se habla de Estados Unidos, el fenómeno Trump contiene un elemento que trasciende la escena local. Uno se siente obligado a preguntarse si acaso el trumpismo no será preanuncio (o tal vez clímax) de un capítulo realmente nuevo de la política mundial.
Veo la cara de este croupier de Las Vegas, de este vulgar payaso de feria, repeinado e hinchado de bótox, saltando de una cámara de televisión a la otra, con su boca carnosa siempre entreabierta mostrando los dientes, que no se sabe si es señal de que comió o bebió en exceso, o de que uno será el próximo en ser comido.
Oigo sus juramentos, su retórica chabacana, su odio patético a las mujeres, a las que describe, según el día que tenga, como perras, cerdas o alimañas. Oigo sus chistes procaces, en los que el cauto lenguaje de la política retrocedió ante un habla popular presuntamente auténtica en su nivel más básico; el habla tal vez de los genitales. ¿Estado Islámico? No vamos a combatirlo: vamos a “patearle el culo”. ¿El comentario de Marco Rubio sobre las manos pequeñas de Trump? Lo otro no es tan chiquito, “se los aseguro”.
Luego, la adoración del dinero y el desprecio a los demás que viene con ella. En boca de este multimillonario artista de la estafa, con varias quiebras en su haber y posibles vínculos con la mafia, se han vuelto la síntesis del Credo Americano; comida chatarra para la mente, llena de ideas grasosas que tapan los sabores cosmopolitas, más sutiles, de la infinidad de tradiciones que compusieron el gran idilio estadounidense. En lo de las manos pequeñas, hasta un oído no afinado para captar las sutilezas de ese idilio podría descubrir (aunque en versión pervertida por el nivel abyectamente bajo del intercambio) la famosa línea de e. e. cummings, el Apollinaire de los Estados Unidos: “Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas”.
Confrontados con este salto a lo grosero y lo banal, pensamos en Silvio Berlusconi, Vladímir Putin y los Le Pen, padre e hija. Pensamos en una nueva Internacional, no del comunismo, sino de la vulgaridad y la ostentación, en la que el universo político se reduce a las dimensiones de un set televisivo. El arte del debate reducido a proferir frases picantes; los sueños de la gente convertidos en delirios faraónicos; la economía transformada en grotescas contorsiones corporales de Tíos Ricos que hablan mal y se burlan del que piensa; y el esfuerzo del que quiere realizarse, degradado a las trampichuelas que enseñaba Trump en su hoy extinta “Universidad”.
Es eso mismo: una Internacional del ego con I mayúscula. La globalización de la corrupción en la sociedad de admiración mutua de Putin, Berlusconi y Trump. En ellos vemos el rostro de una humanidad de caricatura, una que eligió lo bajo, lo elemental, lo prelingüístico a fin de asegurarse el triunfo.
He aquí un universo de mentira, que condena al olvido de una ya obsoleta historia las vicisitudes de los exiliados, los emigrantes y otros viajeros que, a ambos lados del Atlántico, forjaron la verdadera aristocracia humana; esa que en Estados Unidos creó un gran pueblo formado por hispanos, judíos europeos, italianos, asiáticos, irlandeses y, por supuesto, anglosajones que todavía sueñan con la regata Oxford‑Cambridge trasladada al río Charles.
Este mundo de caricatura lo inventó Berlusconi. Putin reforzó su elemento machista. Otros demagogos europeos quieren atarlo al carro del racismo más odioso. En cuanto a Trump, le puso una torre; una de las más feas de Manhattan, con su mastodóntica arquitectura de imitación, el enorme patio interno, la cascada de 25 metros para impresionar a los turistas; una Torre de Babel en vidrio y acero, obra de un Don Corleone de opereta, donde todos los lenguajes del mundo se fundirán en uno solo.
Pero cuidado. El nuevo lenguaje ya no es el de aquel Estados Unidos que se soñó eterno, aquel que a veces insufló nueva vida en culturas exhaustas. Es el lenguaje de un país con pelotas que le dijo adiós a los libros y a la belleza, que cree que Leonardo es un futbolista y que olvidó que nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas.
(Traducción: Esteban Flamini)
En FB https://www.facebook.com/leon.trahtemberg/posts/762087093891828?pnref=story