El Pleno del Congreso peruano aprobó la insistencia de una ley que declara de interés nacional la introducción de contenidos curriculares sobre la historia del terrorismo en el país. Aunque la ley es de carácter declarativo el hecho que recomiende la implementación de dicha materia la hermana con la expectativa de la obligatoriedad. Esta iniciativa había sido observada por el Poder Ejecutivo, pero obtuvo 69 votos a favor, 23 en contra y 3 abstenciones. La ley busca afianzar los valores patrios y el amor a la tierra, “enseñando la verdad tal cual ocurrió”.

La gran discusión ideológica-política con implicancias educativas es cuál es la “verdad tal cual ocurrió” y qué significa enseñar adecuadamente la historia del terrorismo en el país, con un enfoque en la verdad y la justicia, de una manera objetiva, sin sesgos políticos.

Así mismo, cómo abordar el tema utilizando las herramientas del pensamiento crítico y la interpretación histórica de los estudiantes y cómo capacitar a los profesores para este fin de modo que los estudiantes comprendan las causas del terrorismo, la criminalidad de sus promotores, y las ineficiencias del estado para lidiar con ese reto, sin justificar la violencia ni las opciones autoritarias de “el fin justifica los medios”.

Es un tema que requiere un abordaje multidisciplinario capaz de generar una cultura de diálogo y construcción de memoria colectiva considerando no solo este episodio sino tantos otros invisibilizados por décadas, como la explotación del caucho y el genocidio de las comunidades indígenas de la Amazonía.

Al respecto los congresistas pocas veces entienden la dimensión pedagógica y la complejidad del tratamiento de estos temas. Asumen que con promulgar una norma para que la escuela trate el tema del terrorismo a nivel curricular para prevenir futuras reiteraciones y cultivar una postura cívica democrática, eso se logrará, cosa que la evidencia de décadas no corrobora. Eso ocurre principalmente porque se parte del supuesto de que “la verdad oficial” es la expresión de “lo objetivo”.

Hay un profundo temor de que reconocer que las falencias del estado como causante de un gran malestar social equivaldría a justificar el terrorismo que buscó destruir ese estado. Hay también temor de que transparentar los crímenes que cometieron algunos agentes del estado en su accionar disminuya el peso de la sanción indiscutible que merece el terrorismo en cualquiera de sus formas y pretextos. Parecería que confiaran en una visión aséptica de la acción del estado, como si éste hubiera sido muy considerado con las necesidades de la población, pero que de la nada tuvo que lidiar con unos criminales desalmados que fueron derrotados gracias a la pulcra y eficaz acción de las fuerzas el orden.

En otras palabras, parecería que creen que los alumnos son estúpidos o inválidos mentales. La reacción natural de ellos, es volverse indiferentes al tema y/o no hacerle caso a la verdad oficial. Y con ello aprenden a no confiar en nada de lo que se les dice desde las verdades oficiales no solo sobre el tema del terrorismo, sino cualquier otro.

Con ese abordaje de versiones que acomodan y distorsionan la realidad a su conveniencia, se pierde la oportunidad de educar, lo cual demanda un vínculo de credibilidad y confianza entre educador y estudiante.

Si un curso, clase o texto escolar pretende presentar la lucha contra el terrorismo como algo pulcro, con la razón pura de un lado y la demencia plena del otro, sin antecedentes problemáticos, las primeras preguntas críticas de los alumnos inteligentes les hará desconectarse de la validez de esa fuente. Con ello, se pierde la oportunidad de educar a millones de niños para los cuales la escuela es su gran oportunidad. Ese déficit de formación democrática, esa cultura del fanatismo y las visiones unilaterales es lo estamos viviendo todos los días en el Perú. Es el resultado de una educación en la que el Perú aparece siempre estando en lo correcto y los países vecinos le arrancharon territorio a su antojo. Es el resultado de una educación que ha falseado la historia del Perú sin confrontarse con sus males y contradicciones, su corrupción y traiciones. Es lo que ha llevado a aprender poco o casi nada de la historia de cara al futuro.

Los alemanes aprendieron a tomar distancias críticas del nazismo, los japoneses de sus agresiones militares del primer medio siglo anterior, los sudafricanos respecto al apartheid, los norteamericanos respecto a la discriminación étnica y racial, etc. a partir del reconocimiento crudo de sus crímenes, genocidios y visiones de mundo equivocadas, y no a partir del ocultamiento de ese otro lado de la moneda que los deja solo con la justificación de las acciones del gobierno de cada época sin mayor autocrítica.

Más allá de que el congreso no es el llamado a decidir qué debe enseñarse en el colegio, ya que eso le corresponde al Minedu, y sumado a lo dicho en los primeros párrafos pensemos en lo siguiente: imaginemos dando clases a uno de los muchísimos profesores “antisistema” o adherentes al Movadef -que ha sido legitimado por el gobierno-, que tienen simpatía por Sendero Luminoso. Hasta ahora tenía que cuidarse en clases para que sus alumnos no accedan a “materiales subversivos” de modo que no sea acusado de “apología del terrorismo” (como se calificó a aquél famoso texto escolar con una foto y proclama de Abimael Guzmán que fue censurada), y que de pronto está a cargo de enseñar ese nuevo curso. Eso le dará carta libre para que en nombre del pensamiento crítico y reflexivo, la investigación de fuentes originales y documentos primarios, etc. puedan traer esos materiales a clase y disfrutar de enseñar las proclamas de S.L. (y MRTA), cortesía del congreso de la república.

Este es el tipo de escenarios contraproducentes que deben estar previstos cuando se plantea de modo descontextualizado la obligación de introducir al currículo un tema polémico, sin tomar en cuenta el conjunto del currículo, las aristas problemáticas y la capacitación docente requerida para abordar cualquier tema socialmente muy sensible, como ya ocurrió recientemente cuando el congreso se inmiscuyó en demandar cierto enfoque para los temas de género en el marco de la educación sexual.

No se puede hacer educación partiendo de la necesidad de complacer a los políticos. Cualquier apología de cualquier bando alejará a los alumnos de esa fuente. Si el curso o texto escolar que lo acompaña debe sustituir la inexistencia de una visión política, democrática y educativa que reconoce la necesidad de confrontar las realidades de la vida y de la historia para aprender con la mente abierta aquello que puede ser relevante para el futuro de nuestros jóvenes, lo único que se obtendrá será más ignorancia y más fanatismo. De hecho, estamos evidenciando hoy, en pleno desconcierto de lo que nos pasa como país y hacia dónde vamos, la herencia de falta de acumulación de experiencias educativas honestas, autocríticas y democráticas.

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orreo 12 05 2023 https://diariocorreo.pe/opinion/el-congreso-el-terrorismo-y-la-educacion-por-leon-trahtemberg-opinion-noticia/