¿Quién pudo predecir, con exactitud, el impacto global del COVID-19 un mes antes de su estallido, el triunfo arrollador de Donald Trump un mes antes de las elecciones de 2024, una tregua duradera entre Israel y Líbano, la rápida caída de Assad en Siria como estado funcional, el debilitamiento de Irán ante Israel, o la destitución del presidente de Corea del Sur seguida de inestabilidad nacional en ese país? Estos eventos, aunque cruciales, sorprendieron a expertos y observadores por igual, dejando en evidencia las limitaciones de las predicciones humanas frente a la complejidad y la incertidumbre de los sistemas políticos, económicos y sociales.

La capacidad de prever el futuro siempre ha fascinado a los seres humanos. Desde economistas hasta analistas políticos y estrategas militares, todos intentan anticiparse a los eventos venideros con modelos, tendencias y proyecciones. Sin embargo, como demostró Philip Tetlock en su libro Superforecasting, incluso los expertos suelen ser pésimos prediciendo el futuro en entornos complejos y de alta incertidumbre. En contraste, el acierto parece ser más propio del pasado: una vez que los hechos ocurren, las narrativas retroactivas los convierten en inevitables.

Un ejemplo reciente y emblemático es el triunfo de Donald Trump en 2024. Hasta el día previo a las elecciones, la mayoría de las encuestas y análisis sugerían que su regreso a la Casa Blanca era improbable. Los modelos no lograron captar factores clave como la movilización de su base, el desgaste del partido opositor y el impacto de las redes sociales en la narrativa pública.

Tras el inesperado triunfo de Trump, los mismos analistas que habían fallado en predecirlo comenzaron a construir narrativas que hacían que su victoria pareciera inevitable. Este fenómeno, conocido como hindsight bias o sesgo retrospectivo, reordena nuestra percepción del pasado, haciéndonos creer que los eventos eran más predecibles de lo que realmente eran. Philip Tetlock subraya que esta tendencia a reinterpretar los hechos pasados afecta incluso a los expertos más capacitados.

En una demostración impactante, un estudio comparó las predicciones económicas de expertos con selecciones aleatorias realizadas por chimpancés. Sorprendentemente, los chimpancés obtuvieron resultados equivalentes o mejores, evidenciando que la aleatoriedad puede superar los sesgos y limitaciones de los analistas humanos. Esto refuerza la idea de Tetlock de que los sistemas complejos y no lineales desafían nuestras herramientas predictivas tradicionales.

La economía y la geopolítica también están plagadas de predicciones erróneas. Por ejemplo, pocos economistas anticiparon con claridad la magnitud de la crisis financiera global de 2008. Aunque algunos advirtieron sobre la burbuja inmobiliaria, la mayoría subestimó el impacto de los instrumentos financieros complejos como los derivados y las hipotecas subprime.

De manera similar, en las semanas previas a la invasión de Ucrania por parte de Rusia en 2022, muchos analistas creían que las acciones rusas eran solo una maniobra diplomática. La realidad desmintió esas expectativas, y después se construyeron narrativas que explicaban cómo los indicadores apuntaban a una agresión inminente.

También hay ejemplos de escenarios previstos que no se materializan, como las predicciones recurrentes de una tregua entre Israel y Hizbola en el Líbano o la caída de Assad en Siria como estado funcional. Analistas también han proyectado el debilitamiento de Irán debido a sanciones internacionales y movimientos de oposición interna, pero el país ha demostrado resiliencia para adaptarse por ahora a circunstancias adversas. Estos casos evidencian cómo los factores inesperados y las dinámicas internas desafían las proyecciones más elaboradas.

Si bien las predicciones fallan con frecuencia, no son un ejercicio fútil. Intentar prever el futuro permite a las personas y organizaciones prepararse para escenarios posibles. Este proceso, conocido como análisis de escenarios, no busca acertar, sino anticipar riesgos y oportunidades.

Por ejemplo, en lugar de apostar por un único «futuro probable», desarrollar escenarios alternativos ayuda a reducir la sorpresa y a crear estrategias resilientes. En palabras de Peter Drucker: «La mejor manera de predecir el futuro es crearlo».

El contraste entre las predicciones fallidas del futuro y el aparente acierto del pasado nos enseña una lección fundamental: el mundo es incierto, complejo y, a menudo, caótico. En lugar de buscar certezas, debemos enfocarnos en aprender del pasado sin caer en el sesgo retrospectivo y usar las predicciones como herramientas para pensar en posibilidades, no como verdades absolutas. Solo así podremos enfrentar los retos políticos, económicos y geopolíticos con mayor preparación y resiliencia. De modo que si alguna encuesta o analista les dice quiénes son los favoritos para ganar las elecciones del 2026, sean suficientemente escépticos y usen la información solo para imaginar escenarios

(La 2da parte se enfoca en la educación)

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